Brexit no sólo es sinónimo de embrollo jurídico, conflicto de normas o concurrencia de normas entre Gran Bretaña y la Unión Europea. Es también una oportunidad histórica para aclarar y unificar el sistema jurídico europeo en torno al Derecho civil continental.
Una oportunidad que deben aprovechar conjuntamente los Estados miembros y los agentes económicos.
El próximo 31 de octubre -si la fecha no se pospone, una vez más - Gran Bretaña no abandonará ella sola a la Unión Europea. Se llevará consigo a su aliado más poderoso, el «common law», ese sistema jurídico que ha exportado constantemente a los cuatro puntos cardinales. Un arma estratégica importante: «Britain rules the waves, and common law rule the world».
El «common law» proviene del derecho inglés no escrito, desarrollado desde el siglo XII. Se trata de una «ley hecha por el juez», en la que la primera fuente de derecho es la jurisprudencia, a diferencia del derecho civil o codificado que prevalece en el continente europeo.
Los Estados miembros, enfrentados durante mucho tiempo a dos sistemas jurídicos a menudo competidores entre sí, a veces irreconciliables, podrían encontrarse a finales de 2019 en torno al Derecho civil continental, ampliamente mayoritario, para conformar las nuevas normas de la Unión.
Aparte del Reino Unido, sólo Irlanda y Malta utilizan el «common law» en Europa.
Un Código de Comercio Europeo podría surgir como sucesor de la primacía del juez europeo para regular las relaciones económicas dentro de la Unión. Con el reflujo del «common law» se perfila, por tanto, un horizonte despejado para armonizar más ampliamente el derecho civil entre todos los Estados miembros. Es, pues, posible que el Derecho civil continental se convierta mañana en un elemento esencial de la futura identidad europea que debe construirse.
Derecho de familia, Derecho económico, de contratos o de sucesiones, hallarían las mismas raíces, la misma lógica, los mismos instrumentos jurídicos y, por tanto, podrían converger finalmente hacia normas europeas aplicables a todos los ciudadanos o empresas de la Unión.
La armonización está al alcance de la mano. Esto, en sí mismo, es una revolución, pero no es suficiente. Para establecerse definitivamente en Europa, el Derecho civil europeo continental también debe exportarse a todo el mundo. Los sistemas jurídicos ya no pueden permanecer encerrados dentro de sus fronteras naturales. Si no se "exportan", se marchitan.
Así, el Derecho civil continental obtiene tantos en China, donde exporta el documento público con fuerza ejecutiva. China, la primera potencia económica del mundo, es también un país de Derecho civil. El Derecho civil europeo puede y debe convertirse en lo que es el «common law»: un arma diplomática y estratégica difundida por las autoridades públicas y los operadores privados por todo el mundo. Todo sistema legal tiene sus vectores. Los barcos de Su Majestad llevaron el «common law» por todo el mundo; los ejércitos de Napoleón impusieron su Código Civil por toda Europa. Y lo digital es el nuevo medio de transporte legal.
Con la inteligencia artificial se entrevé la justicia algorítmica, sustentada en bases de datos gigantescas para ayudar en la toma de decisiones, en la redacción de contratos, en arbitrajes. Es evidente: el desafío son los datos. Si predominantemente provienen de países de «common law», el sistema legal seguirá la senda de los datos y el derecho civil se eclipsará.
Es urgente, por tanto, dotar a la Unión Europea de herramientas digitales para impulsar su futuro sistema jurídico. La apuesta es colosal. Es vital para el éxito del desarrollo económico de la Unión Europea en el mundo. Se trata de construir una e-justice que conecte a todos los actores del Derecho para hacer más fluido su funcionamiento y permitir que la innovación florezca aún más en este ámbito.
Al igual que para el Airbus, Europa puede combinar la voluntad política de los Estados miembros conductores con el conocimiento técnico de agentes económicos ya presentes en el mercado.
Los editores jurídicos del continente europeo están dispuestos a asumir este reto, que permitiría ofrecer mañana en la Unión, pero sobre todo fuera de ella, las bases de datos más completas del mundo. Corresponde a los Estados hacerse presentes.
Nota: Este artículo es una traducción del original publicado en el diario francés Le Figaro.
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