En el marco de la ceremonia de entrega de diplomas a los letrados con 25 y 50 años de ejercicio profesional que ha acogido en su sede el Ayuntamiento de Madrid, el decano José María Alonso ha hecho entrega de la máxima distinción honorífica del ICAM a los hijos de Baker y Uría.
Uno de los grandes
En la laudatio del socio fundador de la firma Baker McKenzie en Madrid, Alonso ha destacado que fue “uno de los grandes de la abogacía internacional y española”, recordando que cuando en 1965 aceptó fundar la oficina en España del despacho creado por su padre, Baker “decidió convertirse en abogado español”. Para ello, estudió derecho y en 1970 se convirtió en el primer estadounidense en colegiarse en Madrid. Jimmy Baker, como era conocido en el despacho, apostó por España cuando hacerlo era poco menos que una “labor de titanes”, demostrando una confianza ciega en un país en vías de desarrollo que vivía bajo un régimen no democrático.
Desde Madrid, “contribuyó decisivamente al crecimiento de la firma y a atraer hacia España muchísima inversión extranjera”, contribuyendo a formar “uno de los despachos multinacionales más importantes del mundo”. Porque fue “un grandísimo abogado español y ayudó al desarrollo de la abogacía en este país, el Colegio de Abogados de Madrid tenía que reconocer su labor”, ha concluido Alonso.
Tras recoger la medalla concedida a título póstumo a su padre, Beatriz Pessoa de Araujo ha compartido algunas de las facetas más personales del abogado, “un hombre ante todo trabajador, modesto, tímido, discreto, culto y bien leído”. Una persona “increíblemente curiosa, con la mente siempre abierta para escuchar los puntos de vista de los demás” y que siempre se posicionó a favor de la incorporación de las mujeres en la profesión. James Baker, según ha recordado su hija, fue un “absoluto y fiel amante de España”, país que recorrió con solo 18 años y al que regresó con su joven familia en 1965 para quedarse.
Un legado imborrable
Al igual que Baker, Rodrigo Uría Meruéndano se incorporó a la firma fundada por su padre, donde pilotó desde la dirección del despacho la gran expansión internacional de Uría Menéndez. “No solo dejó un legado imborrable en su despacho, sino para el conjunto de la abogacía española, contribuyendo decisivamente a que esta se colocara en niveles de excelencia perfectamente comparable con los países más desarrollados”, ha afirmado el decano en su laudatio. Para Alonso, Uría fue “un abogado de raza” al que no resultaba fácil enfrentarse y que, “pese a ser un temible competidor, siempre fue extraordinariamente solidario con sus compañeros cuando atravesaban dificultades”, como cuando decidió acoger en su sede a los abogados de Garrigues tras el incendio del edificio Windsor.
Depositario de la vocación mercantilista de su padre, Uría heredó además la sensibilidad artística de su madre, la pintora Blanca Meruéndano, y jugó un papel decisivo para traer a España la Colección Thyssen-Bornemisza.
En definitiva, “fue un abogado orgulloso de serlo, y el ICAM está orgulloso también de darle este premio que tanto se merece”, ha finalizado Alonso.
El encargado de recoger la medalla, Dionisio Uría, ha recordado que su padre “fue muchas cosas a lo largo de la vida, pero sobre todo y ante todo fue abogado”. Un gran abogado, entre otras razones, “por su pasión absoluta e incondicional por el derecho” y por “el respeto férreo y mantenido que siempre tuvo a las normas éticas y deontológicas que rigen nuestra profesión”. Uría Meruéndano siempre tuvo claras las fronteras que un abogado nunca debe traspasar, y que la independencia de criterio en el asesoramiento implica en muchos casos decir que no. Esta característica, ha subrayado su hijo, “es el mejor legado que nos ha podido dejar”.