Una de las lacras que asolan a la sociedad española y a la universal contemporáneas es la encuadrada bajo la denominación de violencia de género que, incluso, recibe una denominación impropia, como ha señalado la Real Academia Española, al utilizar la traducción literal de la palabra inglesa “gender”, referida únicamente a las personas, cuando en inglés los objetos, a diferencia de en español carecen de “género” y, por tanto, éste sólo se refiere a los seres animados.
Aunque la pregunta del Foro sólo se refiere a la administración de Justicia, no puedo evitar hacer alguna reflexión sobre el problema y sobre la dificultad de su solución.
En primer lugar, esta forma de violencia es prácticamente universal, hasta el punto de que en sociedades teóricamente más pacíficas que la nuestra como las de los países nórdicos, las estadísticas asombrosamente proporcionan para ellas cifras más altas que las de nuestros territorios.
Los niños luchan a “playmatarse”, contabilizando a su favor el número de muertos. Los “cómics” ensalzan la agresividad de los héroes y el exterminio de las víctimas. Hollywood difunde imagines gloriosas de torsos ensangrentados. Loor, gloria y prez para el cruel luchador victorioso. Los telediarios tabletean con las ametralladoras y se recrean con el estruendo de las bombas. Rambo es entronizado por las multitudes de todos los continentes con el pecho cruzado por cananas de municiones.
La violencia se encuentra inmersa en nuestra sociedad de forma profunda, especialmente en el ámbito familiar. Quizá la naturaleza de las pasiones que alimentan los sentimientos en la familia de origen a un desbordamiento de las acciones. Del amor al odio, de la pasión a los celos, de la posesión al abandono, de la compañía al rechazo, el tránsito o la evolución vienen acompañados de agresividad. Y precisamente porque en el seno de las relaciones familiares las pasiones son más intensas, las reacciones frente a los cambios son también más agudas.
Es en el interior de las relaciones familiares donde la violencia tiene una expresión más agresiva y más irracional. No sólo son los miembros de la pareja quienes se agreden, incluso mortalmente de forma inexplicable, sino que la expresión violenta muchas veces carece de toda finalidad o todo propósito. La somatización de una agresión hasta la privación de la vida por el agresor es una situación inexplicable, pero existente y repetida.
Madres y padres que privan a sus hijos de la vida, sin posible justificación, ni explicación; actos de crueldad extrema y de vandálico propósito de dañar; conductas reiteradas y repetidas de feroz agresividad inhumana; ese es el espectáculo al que tenemos que enfrentarnos.
La violencia forma parte connatural de la conducta de los humanos. Desde que el mundo es mundo, de forma individual o colectiva, los hombres se agreden hasta el exterminio. Las luchas y las guerras se repiten hasta la saciedad. Por motivos fútiles o sin causa alguna. Y es más, las relaciones de vecindad o de proximidad, geográficas o culturales, favorecen la violencia. Y de esas relaciones, las de familia son especialmente las más proclives a la reiteración y a la agravación.
Dentro de la violencia familiar, la mal llamada de “genero”, atrae una atención especial. Es la también calificada como “machista”, que incluso nuestra legislación, con el aval del Tribunal Constitucional, califica penalmente con gravedad diferente, según sea el sexo de la víctima y del agresor.
Revisando la Jurisprudencia española, debemos recordar la proliferación de sentencias en las que se reconocía la muy calificada atenuante en el uxorcidio por el hecho de haber sorprendido un marido a su adúltera mujer en pleno acto sexual con su amante. Y no sólo en España. En Italia, el célebre actor Marcelo Mastroianni protagonizó la película “Divorcio a la italiana”, que reflejaba precisamente el ridículo castigo que sufría un varón cuando era condenado por matar a su mujer cuando ésta yacía en el lecho conyugal con su apasionado enamorado.
La respuesta social a las manifestaciones de violencia machista con resultados letales es cada vez más publicitada y condenada, pero la utilidad de estas expresiones se mantiene invariable. Son tan inefectivas como las referidas a actos vandálicos contra niños, a veces lactantes, que ni siquiera obtienen la publicidad de su rechazo por parte de cualesquiera colectivos. La imagen de una plaza en silencio, con la población del lugar encabezada por sus autoridades municipales, en repulsa por la muerte de una mujer nos es desgraciada y tristemente familiar. Pero no se producen estas manifestaciones con repercusión en los informativos, cuando la víctima es un pobre niño al que su madre ha tirado a un cubo de basura o su padre ha arrojado por el hueco de una escalera.
En todo caso, al propósito de nuestras sociedades, no le basta con castigar crímenes tan nefandos, sino que fundamentalmente exige impedir que se produzcan. La prevención de estos delitos es el principal objetivo a lograr, esgrimiendo la ley en la mano y aplicando todo su peso por los Tribunales de Justicia. De ahí que se pregunte por el Director de nuestro Foro si se evitaría, en mayor o menor medida, la práctica de estos execrables actos de violencia, si se dotase a la Jurisdicción de familia de más medios materiales.
Desde luego, la penuria de medios materiales y personales en el enjuiciamiento de los conflictos familiares es grandiosa. El incumplimiento de los plazos procesales y la demora en la celebración de los juicios y en la práctica de las necesarias pruebas periciales previas, son clamorosos. El mantenimiento de situaciones de pendencia con la perpetuación de esperas sin solución, favorece la toma por los protagonistas de decisiones perniciosas. El descontrol de los ánimos, la irritabilidad de las circunstancias y la permisividad en las injurias conducen fácilmente al desbordamiento verbal y al de las acciones.
Es indiscutible que una Justicia lenta, y aún más, que camina a paso de tortuga, no merece el nombre de Justicia. A los órganos de administración de la Justicia corresponde ordenar una familia rota en mil pedazos, dictando normas para su supervivencia, especialmente en beneficio de los menores. El mantenimiento del caos en que se convierten las familias en crisis, propicia que sus partícipes se tomen medidas por su mano y a su capricho. La demora y la arbitrariedad de las resoluciones judiciales por falta de dedicación, de preparación y de información provoca reacciones injustas e inapropiadas, con la violencia inspirando actos y conductas lesivas.
Una jurisdicción de familia especializada, con personal experto y vocación decidida, largamente pedida por los distintos operadores jurídicos, mejoraría sin duda la calidad de las medidas que se adoptaran y su aceptación por los afectados, con la consiguiente disminución de las acciones violentas.
Bien es verdad que las expresiones públicas de rechazo, largamente repetidas, con discursos idénticos, reiterados una y otra vez, no van a conmover a quienes tienen el decidido propósito de acuchillar a su mujer o asfixiar a sus hijos, como prolegómeno a privarse de la vida propia por el suicidio. Pero es en la incompatibilidad absoluta con la violencia donde debe desarrollarse como única alternativa a la paz, el consenso a las soluciones o la sumisión a los arbitrajes.
Las medidas impuestas son de dudosa eficacia. En las noticias de los sucesos luctuosos en esta materia, se reitera hasta la saciedad la constatación de que no se había dictado una orden judicial de alejamiento. Pero, ¿hay alguien tan ingenuo como para pensar que puede detener al autor del cumplimiento de su objetivo asesino, la existencia de una orden de tal condición?. La prohibición de aproximarse a su víctima ¿va a congelar la mano movida por la decisión de apuñalar a su esposa o compañera o a la tierna criatura que ha procreado?. Máxime cuando completa su propósito el ahorcarse de una rama de un árbol.
No es una solución muy brillante centrar la lucha contra la violencia -la machista y la no machista en la educación. Pero la realidad es que sólo cuando los seres humanos o al menos, la mayoría de ellos, sientan estremecerse sus seres ante el simple pensamiento de buscar solución a sus conflictos a través de la fuerza, de la violencia, de la agresión, del atropello, de la brutalidad y de la barbarie, iremos avanzando en el camino de la racionalidad y de la mejora en la convivencia.
Mientras los seres humanos sigamos recurriendo a los enfrentamientos bélicos y a las contiendas agresivas para dirimir nuestras discrepancias, seguirá presente la violencia en todos los ámbitos y dentro de ellos, especialmente en el doméstico. Y con tristeza hemos de reconocer que una Justicia veloz y eficaz, quizá mejore algo la situación actual, pero difícilmente eliminará esta lacra.
Ésta es la opinión del Letrado que suscribe, salvando su respeto por toda otra mejor fundada.