Se plantea con insistencia la oportunidad de refundir diversos organismos públicos de los que tienen encomendadas la selección y formación del personal público.

Sobre el INAP y su eficiencia

Tribuna
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En los últimos tiempos, y dentro de esa ansia ahorrativa que nos invade, se sugieren todo tipo de ideas. Algunas buenas y otras no tanto. Desde hace unos meses se plantea con insistencia la oportunidad de refundir diversos organismos públicos de los que tienen encomendadas la selección y formación del personal público. Entre ellos se encuentra el Instituto Nacional de Administración Pública (INAP) que, de salir adelante el proyecto que se está diseñando, desaparecería, para quedar integrado en esa nueva amalgama orgánica que sería, como resultado de la agrupación, un algo más grande, más fuerte, más eficiente. Se supone. No faltan voces que vienen avisando de los riesgos que esta idea conlleva. Hace meses, a finales de marzo, el Consejo General de Secretarios, Interventores y Tesoreros de Administración Local (COSITAL) advertía ya del peligro que podría suponer una decisión de estas características, con una finalidad que se desconoce, sin estudio alguno que avale y sustente la idoneidad de esa medida, pero adoptada, eso sí, en virtud de su eficiencia, del ahorro que todo lo puede y al que todo se debe. Diversas, y no precisamente pocas, son las razones que desaconsejan una medida como la que se propone. Pero como más importa la cualidad de las razones, de entre todas ellas hay algunas reflexiones que merecen especial consideración. 1)      El tamaño como solución. Por sí mismo “más grande” no significa “mejor”, ni que la inmensidad vaya a cumplir con las funciones atribuidas de una forma más adecuada, ni que su funcionamiento vaya a costar menos dinero. La eficiencia requiere, como se nos recuerda a menudo, de estudios, de memorias económicas que justifiquen lo que se hace y las razones por las que se acometen cambios. Algo de lo que aquí no aparece rastro alguno al margen de la propia intuición que esa grandeza pudiera suponer. 2)      El valor de lo homogéneo. Porque en ocasiones la eficiencia requiere de homogeneidad y en la solución que se propone es una cuestión que, como valor, no se ha tomado en consideración. Mezclar organismos en razón de que cumplen funciones similares, pero ignorando, al mismo tiempo, la diversidad de los colectivos a los que sirven. Se antoja un planteamiento que puede dar lugar a soluciones que, siendo válidos para unos, carezcan de eficacia para otros. Porque la eficiencia exige la mejor solución al menor coste, pero sin que esa reducción de coste lleve aparejada una pérdida en el valor, en el resultado. 3)      Y el valor de la especialización. Porque igual de equivocado es manejar de forma diferente lo que es igual que pretender dar el mismo trato a cuestiones diferentes. La eficacia y la eficiencia, como criterios de actuación, requieren de la previa determinación de objetivos y de sus elementos esenciales, lo que requiere de tomar en consideración, y hacerlo en su justa medida, tanto de los elementos comunes como de las diferencias sustanciales. 4)      La consistencia. El INAP, como organismo público, tiene asignados unas funciones de los cuerpos generales de la Administración General del Estado y de los funcionarios de Administración Local con habilitación de carácter nacional. A ello se dedica. Estableciendo los medios de selección, formando a los directivos públicos. Cuerpos concretos, misiones concretas y una formación también concreta. A ello se dirige, de manera específica, su Plan Estratégico General. Y a ello se orienta su continuo proceso de mejora. 5)      El INAP y sus costes. Toda actividad tienes unos costes y la obligación de la Administración es servir a los intereses generales y actuar conforme al criterio de eficiencia. Pero no hay que malentender lo que es la eficiencia y, para ello, hay que poner en relación el gasto que una actividad produce con el retorno que, para los ciudadanos, ello supone. Las diferentes actividades públicas no son equiparables entre sí y ello alcanza, también, al gasto que suponen. Hay gasto y hay inversión. Y es el propio principio de eficiencia el que, en ocasiones, obliga a no escatimar determinados gastos. Selección, formación y transformación de la Administración Pública no parecen los lugares más adecuados para escatimar, racanear y experimentar. Y podríamos seguir. Pero también hay que ser eficientes en el empleo de los recursos. Y por ello baste con una reflexión final: El INAP funciona. El INAP funciona, cumple con su papel y lo hace perfectamente. Así lo lleva haciendo en sus más de sesenta años de existencia (desde sus orígenes, el Instituto de Estudios de Administración Local y el Centro de Formación y Perfeccionamiento de Funcionarios). Empeñarse en reformar lo que funciona es, sin lugar a dudas, una de las formas más palmarias de ineficacia y, sobre todo, de ineficiencia administrativa. A veces lo mejor es dejar las cosas como están, sobre todo cuando funcionan. Y poca (por no decir ninguna) duda cabe que el INAP desempeña sus funciones adecuadamente, eso sí, buscando no estancarse y seguir avanzando en el cumplimiento de las funciones que tiene atribuidas.    


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