3 de febrero, día internacional del abogado

Ser abogado en tiempos de pandemia

Tribuna
Ser abogado en pandemia

Nuestros gobernantes cuentan los días de la pandemia en meses. Yo, visto lo visto, prefiero ser más prudente y reconocer que no sé cuánto nos queda por delante. No sé si el 31 de diciembre del 2021 el menor de mis hijos estará preocupado por el resultado de una PCR sin la cual no podrá entrar en el Reino Unido o si, por el contrario, estaré planeando con mi querida esposa y algún matrimonio amigo una escapada a las Canarias sin otro quebradero de cabeza que la búsqueda del mejor precio.

No me asaltan dudas, sin embargo, al preguntarme cómo recordaremos esta pandemia. Tengo la certeza de que la recordaremos como un fenómeno que rompió los esquemas. Todos los esquemas. El virus nos ha obligado a cancelar almuerzos, cenas, viajes, celebraciones y tradiciones familiares, por un lado, y a cambiar nuestros hábitos a la hora de llevar a cabo tareas cotidianas como hacer la compra o echar gasolina, por el otro. La mascarilla, ese molesto elemento que hasta el año pasado sólo utilizaban los ciudadanos chinos porque la contaminación de Pekín ya se sabe, se ha convertido en algo más importante que la cartera o el móvil. Sin cartera o teléfono se puede salir de casa; sin mascarilla no. Tampoco es recomendable ir por la vida sin un botecito de gel de manos, ni se puede estar en un sitio sin mantener «distanciamiento social». Etcétera.

Pero este artículo no pretende contarle a nadie las penas que ya sufre. Lo que pretende es compartir mi experiencia, en estos tiempos de esquemas rotos y hábitos cambiados a la fuerza, como socio de un pequeño despacho de Madrid en el que trabajamos siete abogados, tres alumnas del Máster de Acceso a la Abogacía y dos secretarias.

¿Cómo hemos lidiado con la pandemia en estos primeros diez meses de dominación vírica? Tras la incertidumbre inicial y tras comprobar, en paralelo, que la situación era efectivamente muy grave lo primero que hicimos fue implantar un régimen de teletrabajo: agarramos los ordenadores portátiles, redirigimos las llamadas a los dos teléfonos móviles en manos de las secretarias y nos marchamos a casa procurando mantenernos conectados cuanto fuese posible.

Hacia finales de abril, con el virus en retroceso y el número de ingresos hospitalarios a la baja, decidimos abrir el despacho otorgando al personal libertad de elección. Quien quisiera o lo necesitara podía acudir a la oficina el tiempo que considerara conveniente. Y quien no las tuviese todas consigo podía seguir teletrabajando. Varias personas se acogieron a la libertad de regresar, en vista de lo cual hubo que adoptar medidas dentro del propio despacho. Se adquirieron geles desinfectantes para colocarlos en todas las estancias, empezando por la recepción; se compraron paquetes de mascarillas y guantes; y se compró, a su vez, un nebulizador que tenía la misión de desinfectar el lugar y, sobre todo, las salas de reuniones. Además, los socios redactamos y circulamos un protocolo de conducta obligatoria.

El personal que optó por seguir teletrabajando regresó en cuanto las autoridades suavizaron las restricciones anti-COVID. A fin de cuentas –y esta es una sensación que compartimos todos– en el despacho se trabaja mejor que en casa. Primero, porque el ser humano es sociable por naturaleza y en ambientes propicios tiende a estar más a gusto que en soledad. Y, en segundo lugar, porque convivir con otros abogados permite, cuando a uno le asaltan dudas, comentar y discutir la mejor forma de proceder en tal o cual cuestión.

En el frente de los clientes la experiencia ha sido positiva. Y parte del mérito es suyo. Conscientes de las obligaciones exigidas por la tiranía vírica, se han adaptado a la nueva realidad sin problemas. Es más: debido a que, como decía al principio, la pandemia nos ha roto los esquemas a todos mi sensación es que la empatía entre abogados y clientes ha aumentado sustancialmente en 2020. En nuestro caso, al menos.

La buena relación con los clientes también ha bebido de los avances de la informática y la ofimática. Gracias a ellos la calidad y la celeridad del trabajo no se han visto comprometidas a pesar de las circunstancias. El ejemplo más claro se puede encontrar en las reuniones. ¿Que no nos podemos reunir a la vieja usanza? Ningún problema: videoconferencia al canto y listos. De hecho, algunos clientes nos han comentado que no hay mal que por bien no venga, y que qué maravilla el tiempo que se ahorra uno –en desplazamientos– celebrando videoconferencias. Es cierto que las reuniones presenciales traen consigo el plus que implica el trato humano, esa cercanía insustituible, pero en tiempos de pandemia, y a falta de pan, buenas son tortas.

Algunos clientes han buscado esa cercanía llamando por teléfono. A veces el abogado, además de asesorar, ejerce de confesor y hasta de guía existencial. Esto ha sido así desde tiempo inmemorial. En los últimos diez meses, sin embargo, este tipo de llamadas ha crecido exponencialmente debido al agobio derivado de la incertidumbre generada por la pandemia. Porque, no lo olvidemos, descontando la crisis médica uno de los efectos más devastadores de cualquier pandemia tiene que ver con «no saber»; no saber hasta cuándo va a durar ni quién se quedará, desde un punto de vista económico, por el camino antes de conseguir dejarla atrás.

Los avances de la tecnología también han afectado, en positivo, a las vistas o audiencias judiciales. Aunque, todo sea dicho, los fallos del sistema, más frecuentes de lo que cabría esperar en un país como España, hacen que hayamos echado en falta la presencialidad en no pocas ocasiones. En el plano institucional no puedo dejar de mencionar, además, la infinidad de normas promulgadas a nivel tanto nacional como autonómico. Lo más destacable –y exasperante– ha sido tener que lidiar con los sucesivos cambios que se iban incluyendo en las mismas de la noche a la mañana. Estar al día ha sido todo un reto, y primordial para poder aconsejar con solvencia al cliente.

Una de las preguntas que más me han hecho en los últimos meses algunos amigos es si ha descendido la actividad del despacho. La respuesta es que no, más bien al contrario, hemos visto cómo el volumen de trabajo ha crecido de forma bastante significativa. ¿Por qué? Me temo que no sabría identificar una causa concreta.

No me gustaría concluir sin aclarar que, desde mi punto de vista, y desde un punto de vista estrictamente profesional, claro, la experiencia está siendo eminentemente positiva. Es verdad que echo en falta poder mantener reuniones presenciales con clientes, almorzar con ellos y visitar, si cuentan con negocios en otras regiones de España, sus fábricas, plantas o sedes. También acuso el no poder acudir a seminarios, charlas y otros actos de carácter intelectual o, si se quiere, académico. Echo de menos, en fin, poder hacer vida normal y ver a los clientes más tranquilos, animados y embarcados en la planificación de horizontes optimistas. Pero es innegable que de todo se aprende y de esta maldita pandemia, que esperemos acabe cuanto antes, también.

 

Día Internacional del Abogado.

Con motivo del Día Internacional del Abogado, entrevistamos a Antonio Pedrajas, presidente del Consejo de Administración y socio-director de Abdón Pedrajas Littler y Sonia Cortés, abogada en ejercicio y socia de Abdón Pedrajas Littler, Este año hemos querido conocer en qué medida ha afectado la expansión mundial de la pandemia por COVID-19 en el ejercicio de la profesión.

 


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